Punto de oro: el Zaragoza logra un valioso empate en Bilbao

Festival de Gaby y Piqué para sumar un punto ´psicológico´ ante un Athletic divorciado del fútbol.

El mundo, loco, se ha puesto a los pies de Fabio Cannavaro, la esencia de la Italia futbolística actual, y claro, los homenajes le llueven hasta de la Liga española, que en moda no quiere quedarse a la cola de nadie. Mejor jugador del Mundial del Alemania, FIFA World Player, MVP de la Playstation... El napolitano del Real Madrid es un ídolo, un líder sindicalista de la reivindicación de los defensas, de los centrales en particular, personajes encasillados --en su caso con razón sobrada-- como tipos rudos, taladores de la belleza del juego. Gaby Milito y Gerard Piqué le dedicaron ayer una oda en San Mamés, tierra en otros tiempos muy lejanos de forzudos guardianes. Fue la suya, la de los zaragocistas, una soberbia actuación a dúo que se hubiera ganado una cerrada ovación en la Scala de Milán.

El argentino y el catalán, que en realidad estuvieron a una altura que para sí quisiera el bello Fabio, fueron lo mejor, lo único, de un partido insoportable, desfigurado por un Athletic miniaturizado por sus terribles carencias sobre la mayor parte del rectángulo y por un Real Zaragoza reñido de nuevo con el gol e insustancialmente impreciso en el centro del campo. También el barítono Diogo puso de su parte, con una actuación más que correcta, para unirse a este festejo de zagueros. El resto de los jugadores, de uno y otro lado de la trinchera, apenas existieron, mudos de toque, distanciados de las áreas como si en ellas reinara la lepra.

El punto conseguido por el conjunto aragonés le permite regresar a zona Champions por lo menos hasta mañana. Quién sabe si incluso hasta la vuelta a clase si el Atlético cae en su visita al Camp Nou. ¿Feliz Navidad? Pues va a ser que no. Si acaso tranquila. Muy pocos apostaban que el Real Zaragoza pudiera estar donde está a las puertas del pavo y el champán, pero una vez engordado de justos elogios y de buenos resultados pese a no completar una faena redonda, como que sabe a poco su, por otra parte, excelente situación en la tabla. Ha tenido la gran oportunidad de poner tierra de por medio y se ha desinflado, acomodado quizás en el colchón de puntos que aún le permite soñar con algo más que el ingreso en la Copa de la UEFA. Cuando recoja los regalos del calcetín, le asomarán el Sevilla y el Madrid, y luego el Recre para cerrar la primera vuelta. Entonces puede que se lamente de, por ejemplo, haber empatado en San Mamés.

Observado desde la consulta médica, psicológicamente el resultado es bueno. Víctor Fernández hizo lo que nunca hace: perdió tiempo con el cambio de Lafita por Diego Milito sobre el minuto 90. Pensó el técnico que el botín era pobre, pero que una derrota hubiese sido mucho peor en este irregular tramo del campeonato. Irse de vacaciones con otra asignatura cateada tras el suspenso del Valencia era desaconsejable porque los muchachos hubiesen tenido demasiado tiempo para pensar, y seguramente nada bueno.

El encuentro en Bilbao entra directamente en el catálogo de las aberraciones, sin pasos previos por la burocracia. El Athletic se entregó a la liturgia de los héroes sin tener uno solo en sus filas. Ni Yeste, ni Iraola, ni el viejo Urzaiz, ni el joven Javi Martínez. Previsible, con una defensa que es una caricatura, cocinó sin ningún fundamento un partido de supuesta lucha racial. Da pena, penita verlo, con fallos atrás de órdago y ni una sola llegada con peligro. El Zaragoza tampoco aportó más cosas, aunque al menos sí tuvo tres ocasiones para marcar. Ewerthon erró dos a placer, una con un tiro demasiado cruzado y otra concedida por D´Alessandro, pero al brasileño se le hizo de noche y Aranzubia despejó su disparo. La más clara, sin embargo, estuvo en las botitas de Aimar tras un error de becario de Sarriegi. El argentino, en el minuto 4, no supo evitar la salida del portero.

Todo lo demás de esta abominable cita nocturna les pertenece a Piqué y Gaby Milito, que rozaron la perfección con autoridad, elegancia, dominio incontestable del espacio aéreo y un trato del balón exquisito. Un gran homenaje al espíritu sospechoso de Cannavaro, pero sobre todo a sí mismos.